sábado, 8 de agosto de 2009

El narrador de cuentos

Era un tipo cercano a los cincuenta años, de mediana estatura, de vestimenta sencilla y corte de cabello tipo militar. Sus alumnos de vez en cuando le llamaban “loco” –pues en el colegio había uno que estaba más loco que él-, y no vacilaban en gastar bromas a sus espaldas al verlo pasar, sea por el patio del colegio durante el recreo o en plena formación matutina.

“Loco” le decían, pero no delante suyo, sino cuando estaba ausente. “Loco” por las ocurrencias que tenía para mantener la disciplina, como dar una hora libre al salón completo si se portaban bien y llevarlos al campo de fútbol para jugar un partido de treinta contra treinta jugadores, dándole un punto más en conducta al que anotara un gol.

Sin embargo, cuando empezaba su clase de literatura y dejaba de lado la teoría, el apelativo de “loco” desaparecía para dar paso al de “narrador de cuentos”.

Sus alumnos, expertos en meter chacota y armar laberintos, le habían puesto ese apodo a raíz de un programa de televisión llamado El Narrador de Cuentos, pues así como día a día en sus casas, veían y oían a través de la pantalla los cuentos e historias de esta serie, así, por lo menos dos veces a la semana en el colegio, el aula quedaba en silencio cuando Hugo, nombre de pila del profesor, iniciaba el relato de alguna obra clásica de la literatura universal, como Los Miserables o el Conde de Montecristo.

Dejando de lado la tiza y el pupitre, el narrador iniciaba su paseo por el aula sin libro en la mano, solo respaldado por sus hojas de apunte con los datos que necesitaba para llevar el hilo de la historia y mantener a los alumnos concentrados.

Y aunque algunos de estos aprovechaban el momento para hacer las tareas de otros cursos, la mayoría quedaba en silencio oyendo las aventuras de Jean Valjean por las calles de París o de Edmundo Dantes buscando escapar de la prisión de If para saciar sus deseos de venganza.

Las horas de clases, de cuarenta y cinco minutos cada una, quedaban chicas para tremendas obras, haciendo que el relato se prolongara por varias sesiones más; aunque a veces este era interrumpido porque el narrador debía también cumplir con otras obligaciones de la currícula escolar, algo que era pifiado por los alumnos: por los que deseaban continuar con la historia y por los que querían aprovechar la hora de literatura para ponerse al día en otras materias. Sin embargo, los datos fríos y sin emoción de la teoría nunca abarcaban el total de la hora de clase, pues Hugo, el narrador, siempre terminaba dedicando por lo menos los últimos quince minutos para continuar el relato.

Pero las funciones de este peculiar profesor no quedaban solo ahí. Siendo director de la biblioteca escolar, resolvía con agrado cualquier duda de los alumnos que se acercaban a pedir algún libro a la hora de recreo, recomendando o aconsejando qué obra leer: desde las clásicas Iliada y Odisea, pasando por la travesía de Aníbal por los Alpes, hasta obras de Julio Verne como De la Tierra a la Luna o Los hijos del capitán Grant.

Y así transcurría su vida dentro de las aulas del colegio de clase media donde enseñaba: transmitiendo sus conocimientos de literatura y motivando la lectura a sus alumnos a través de las obras que amenamente relataba –por lo menos a los que, como quien escribe, aprovechaban en escucharlo.

Sin embargo, hoy el narrador ya no recorre las aulas como antaño. La biblioteca escolar que por años dirigió, está ahora bajo la dirección de otra persona, así como las clases de literatura que de tercero a quinto de secundaria se le asignaban a él.

¿Dónde está ahora? Hace ya algunos años que partió de este mundo para irse al lado de Dios, así que tal vez, mientras nosotros seguimos andando por esta tierra, tal vez Hugo, el “loco”, como lo llamaban a veces, esté ahora reunido con alguno de los autores de esas grandes obras que por años relató a sus alumnos, conversando y conociendo detalles de esas historias que hicieron que durante un buen tiempo se le llamase el “narrador de cuentos”.

2 comentarios:

  1. Eduardo me parece muy chevere este articulo, realmente tienes don para escribir.
    felicitaciones.
    Zeni.

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