martes, 16 de junio de 2009

Cinco minutitos más

Arropado en mi cama con todas las frazadas posibles y en total oscuridad, oigo sonar frenéticamente la alarma del celular tal como la había programado la noche anterior: a las cinco y cincuenta de la mañana; con la esperanza de tener la fuerza de voluntad suficiente para levantarme e intentar, como tantas otras veces, salir a correr. Pero afuera está oscuro, hace frío, y como queriendo hacerla larga, me digo: “cinco minutitos más”.

“Cinco minutitos más” es la mentira más grande que uno se puede decir cada mañana, sobre todo cuando se propone, se promete y se jura que saldrá a correr, así llueva o truene, y eso me sucedió nuevamente hoy, porque al levantar el rostro somnoliento y ver que toda la madrugada ha llovido, imagino el frío que debe hacer fuera y me digo: “solo un ratito”; y me vuelvo a arropar con todas las frazadas, hecho un ovillo.

Programada para hacer bulla cada cinco minutos, la alarma suena nuevamente y esta vez, alargando lo más que puedo el brazo izquierdo, sin despegar la cara de la almohada, doy unos manotazos al aire hasta dar con el bendito aparato, y con la ayuda de un ojo legañoso, ubico casi en la oscuridad la tecla que me regresará al reino de Morfeo y poder, otra vez, descansar “cinco minutitos más”.

Al cabo de un rato me vuelvo a despertar, ya sin la ayuda del celular, y creyendo que solo fue un ratito, busco el celular para ver la hora, y me doy cuenta que no pasaron cinco minutos, ni diez, sino casi veinte: el reloj ya casi marca las seis y media de la mañana.

Afuera ya no está oscuro, pero tampoco claro, pues como en todo invierno, el cielo de Lima es gris y llama a la flojera, al desgano, a la apatía.

Pero debo recuperar la fuerza de voluntad de años atrás, cuando todas las mañanas corría diez kilómetros en verano o en invierno. ¡Esos eran tiempos de gloria! Entonces, motivándome mentalmente con la canción de Rocky III y alucinándome corriendo por toda la Costa Verde, me impulso y me siento al borde de la cama.

Ya sentado, miro el reloj: seis y cuarenta de la mañana. “Si hubiera salido a las seis en punto ya estaría de regreso y entrando a la ducha”, me digo, pero ya el tiempo corrió; y dejándome vencer nuevamente por la flojera y el frío, me tiendo de espaldas sobre la cama destendida y miro detenidamente el techo.

Mirando el foco apagado, se inicia dentro de mí la lucha de todas las mañanas: “correr o no correr”, he ahí la cuestión; y levantando ligeramente el rostro, observo el vientre que en las mañanas aparece plano, pero que con el paso de las horas comenzará a ganar terreno y a retar la resistencia del cinturón.

Sigo mirando al techo y recuerdo que ya pasaron cuatro años desde la última vez que me metí a un gimnasio. Tuve que acudir porque mi fuerza de voluntad había quedado atrapada muy dentro de mí, en lo más profundo de mi ser, a causa de los alfajores y chocolates que durante meses me embutí en horario de trabajo, y que ocasionaron, sin darme cuenta, un sobrepeso de casi veinte kilos. Ese día, corriendo sobre la faja, me sentí humillado, me sentí menoscabado en mi autoestima: me sentí no una persona corriendo, sino un marranito rodando, con la resistencia digna de una abuelita minusválida que me obligó a reducir constantemente la velocidad de la faja porque simplemente, resistencia no tenía.

Cuando me doy cuenta, el reloj ya marca cinco minutos para las siete. Tanta divagación y recuerdos me han hecho perder el tiempo. Pero debo correr y hago un esfuerzo final: me levanto y me dirijo al baño para, con el agua fría, sacudirme toda la flojera. Pero doy un par de pasos más y prendo la televisión: en el noticiero están pasando los goles de la última fecha del torneo local. Los futbolistas corren y tanta energía me motiva a salir a correr. Pero miro por la ventana de la sala y el día está frío, triste, apagado…además, en veinte minutos debo salir para el trabajo. No, hoy no saldré a correr, tal vez mañana, ¡Sí, mañana!, a las cinco y cincuenta sonará la alarma del celular y me levantaré, ¡me levantaré porque quiero salir “a correr”!.

2 comentarios:

  1. Jajajaja!! mi estimado Eduardito. Siempre me has hecho reír y pensar en tus conversaciones con ese humor exquisito que te caracteriza y del cual soy dèbil. Inclusive por msg no hay quien te iguale. Desde hoy me declaro tu fiel admiradora. Me encanta el arte de retratar el escenario de la vida cotidiana a modo de evaluaciòn de acontecimientos que no los vemos còmicos pero que REALMENTE lo son. 10 puntos mi estimado.Un abrazo.

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  2. jaaaaa realmente en todos tus escritos tienes un 10... excelentes

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