martes, 12 de mayo de 2009

Recuerdos de mi madre


Unas de las cosas que guardo con más cariño de mi madre son las dos cartas que me escribió años atrás: una cuando me estaba preparando para recibir la Primera Comunión, la otra cuando me fui a un retiro juvenil. Las dos son ahora hojas amarillas que conservo en un cajón de mi cuarto, junto a otras cartas y demás recuerdos

“Te sorprenderás mucho cuando leas esta pequeña carta, pero te la escribo con mucho cariño, es para decirte lo mucho que te quiero a ti como a tus hermanos…”, leí cuando tenía diez años de edad, parado en medio del patio de la casa de retiro de los hermanos salesianos, en Magdalena.

Han pasado catorce años desde que no la tengo a mi lado, pero junto a mis hermanos la solemos recordar siempre, al igual que a nuestro padre. Cada uno con recuerdos personales o de familia y que compartimos de vez en cuando.

Gracias a esos viajes en el tiempo rememoro episodios y anécdotas que me la recuerdan con cariño, como las conversaciones que teníamos en la cocina: yo sentado en el suelo apoyado en la pared, ella preparando el almuerzo; o cuando la acompañaba al mercado para hacer las compras de la semana, o cuando íbamos a visitar a alguien. Incluso aquellas tardes en nuestra casa de Magdalena, cuando todavía era pequeño y ella sentada a mi lado me hacía repasar la lección y no dejaba que me levantara hasta que terminara las tareas; pero también recuerdo las innumerables veces que la vi preparando postres, bien para nosotros, bien para venderlos y ayudar a la economía familiar.

En fin, son muchos los recuerdos que podría enumerar: fiestas infantiles, las veces que desde su cama esperó a que yo, siendo ya adolescente, regresara de una fiesta en la madrugada; o ya en la universidad, su constante preocupación por si volvería a casa para almorzar o si me quedaría estudiando hasta la noche. Incluso existen recuerdos tristes. Y aunque a veces tuvo que recurrir al castigo para corregirme, como quitarme las rabietas de niño con agua fría, y llamarme la atención, todo lo hizo con la intención de hacerme una persona de bien. “Si alguna vez te resondro –me escribió- es por tu bien porque quiero que seas alguien en el futuro, que puedas valerte y salir adelante”.

Entre las cosas materiales, además de las cartas, conservo también con bastante cariño mi cámara fotográfica zenit, que prácticamente es ya una pieza de museo, pero que la adquirí gracias al dinero que reuní luego de sortear un par de aretes que ella me dio para ese fin. Por razones de modernidad ya no uso esa cámara, pero la conservo como un regalo suyo.

Así era mi madre: experta en comida china, en gastar bromas y burlarse de nosotros, poseedora de una envidiable caligrafía que me hizo imposible falsificar su firma alguna vez, y a quien compré en la bodega de la esquina un chocolate Sublime –tendría yo unos seis años-, como primer regalo del Día de la Madre porque sabía que le gustaban.

Hoy, a pocos días de haber pasado otro Día de la Madre, aunque no la tengo a mi lado, junto a mis hermanos la tenemos presente, porque a cada uno le enseñó algo valioso, a pesar de los errores que como todo ser humano pudo haber cometido.

“Entre los recuerdos gratos que puedo yo haber dejado en ellos –escribió en una charla para padres-, es mi entrega y dedicación, siempre pendiente a todas sus necesidades, mostrándome siempre amiga. También recordarán mi preocupación en sus tareas escolares, estando atenta a resolver cualquier problema que se les pudiera presentar, sin hacer ninguna diferencia por ninguno de ellos, porque los tres son iguales e importantes para mí”.

Por todas estas cosas y por el cariño que une a un hijo a su madre, le pido a Jesús, que también fue hijo, que comprenda que el día en que me toque partir de este mundo, a la primera persona, al primer ser que quiero ver en la otra vida, es a mi madre.

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