martes, 19 de mayo de 2009

"Alko" y yo

Sentado a mi lado, con las orejas semi levantadas y moviendo la cola, no deja de mirarme esperando que le de otro pedazo de galleta. De otro lado de la casa le llaman, pero no se moverá hasta recibir lo que espera.

Así es Alko, el perro de la casa, uno de los varios que han pasado y probablemente seguirán pasando a lo largo de nuestras vidas. Es inquieto, cariñoso, pero también poco obediente, experto en destrozar lo que sea o desordenar alguna de las camas si lo dejamos solo en la casa sin previamente haber cerrado los dormitorios; y claro, cuando regresamos –sabiendo que hizo mal-, se echa, medio inclinado, con la cola media metida, media moviéndola, esperando a que le regañemos; para después de un largo rato volver a aparecer en escena moviendo la cola y echarse al lado de alguno de los tres.

Llegó a la casa ya hace siete años en los brazos de mi hermana, y es responsable de que mi hermano mayor –hasta ese entonces bastante subido de peso-, perdiese poco a poco los kilos de más luego de extenuantes paseos matutinos y nocturnos, ya que hasta ahora Alko no aprende que para salir a pasear no tiene por qué salir disparado tirando de la cadena. Esto hace que constantemente me pregunte: ¿quién pasea a quién?, ¿mi hermano al perro o el perro a mi hermano?

¿Cuánto tiempo más estará entre nosotros?, no lo sabemos, pues son varios los perros que desde que tenía diez años han pasado por nuestra casa, la mayoría recogidos de las calles, enfermos y luego sanados; cada uno con sus anécdotas que podrían fácilmente ser material para varias columnas, como es el caso de Gitano, el primero de ellos: experto peleador callejero, galán de barrio y escurridizo cuatro patas que en varias ocasiones logró esquivar al portero del colegio para, tras deambular por los pasadizos, encontrarme en el salón de clases y hacer estallar en gritos a varias de mis compañeritas de la primaria.

Por eso, aunque no sé cuánto tiempo más estará Alko a nuestro lado, lo que sí tengo seguro es que cuando sea padre les daré a mis hijos la oportunidad de tener un perro, y si es recogido de la calle, mejor; pues por experiencia propia sé lo mucho que un perro puede influir en la vida de un niño: desde enseñarle a querer a la naturaleza hasta ser su compañero de aventuras.

Alko sigue sentado a mi lado, pero ya no contento con solo mover la cola, se acerca un poco más y con su hocico me levanta la mano del teclado, no me deja escribir y persistirá en su comportamiento hasta lograr lo que desea: un pedazo de galleta.

Lo miro y le digo que se espere; pero dado que será inútil, opto por coger la última galleta que me queda y partirla por la mitad, y levantando una de estas con la mano izquierda, hago el ademán de lanzarla sin lanzarla; Alko salta creyendo que la encontrará en el aire, luego en el piso; pero tras olfatear el suelo por algunos segundos, regresa a mi lado para otra vez alzarme la mano del teclado.

Le miro, le acaricio la cabeza y le digo “está bien”, y tras esto vuelvo a alzar la mitad de la galleta y esta vez sí, midiendo la fuerza, la hago volar por el aire, y Alko, nada lento, se impulsa sobre sus patas traseras para en décimas de segundos cogerla al vuelo y darle un par de masticadas.

Otra vez se sienta a mi lado, ya no hay galleta para él y lo sabe. Luego de unos breves segundos de permanecer a mi lado, lo vuelven a llamar desde otro lugar de la casa. Esta vez ya no lo piensa dos veces: me mira, mueve la cola y dando media vuelta se va directo a la cocina, donde tal vez encuentre un poco de comida del día anterior calentada por mi hermano.

1 comentario:

  1. Que hermoso relato....Sé que Alko significa tanto como significa Micaela para mi, el día que se vaya de mi lado no se que voy hacer. Sólo se que tengo que vivir al máximo momentos lindos con ella.

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