martes, 7 de abril de 2009

Cartas Amarillas


“Querido y estimado amigo Eduardo:
Dios permita que al recibo de esta carta te encuentres bien de salud y bienestar. Me dio mucha alegría recibir tu carta, la cual esperaba con ansias”.


Así escribía Viany, una muchacha cubana de 22 años a quien conocí a través del ya extinto “Amigo por correspondencia” que existió en periódicos y revistas hasta antes de la aparición de la Internet y el correo electrónico.

En ese entonces enviar una carta a Cuba y esperar la respuesta podía tardar dos meses –hablo de 1998-. En el caso de España, donde entablé amistad con Arantxa, una chica de la misma edad, las correspondencias podían tardar un poco más de dos semanas, claro, si nos escribíamos al instante. “Hola Edu, siento haber tardado tanto en escribirte, pero llevo mucho lío de cartas y creía que ya te había escrito…”, me dijo una vez.

Para quienes han crecido en la era de la Internet, tal vez leer estas líneas les pueda parecer de tiempos antiguos y, por tanto, “obsoleto” eso de coger una hoja y empezar a escribir cuando tienes la inmediatez del correo electrónico; sin embargo, para los que nacimos en la década de los 70’s y principios de los 80’s, y pudimos disfrutar de la cartas escritas a mano, sabemos del valor especial que tiene cada una de ellas por todo el trámite que demandaba y el tiempo que había que dedicarle. Incluso, la misma demora les daba un toque especial, pues eran esperadas con ansias y las respuestas eran escritas con paciencia.

En cambio, al igual que los correos electrónicos, los contenidos de las cartas escritas a mano también podían ser de todos los tipos: de amistad, amor, reconciliación, disputa, crítica, halago...con la diferencia de que existía la posibilidad de palpar la calidez del papel cuando se trataba de la misiva de un ser querido.

Otra característica que las distingue y distinguirá de los mensajes electrónicos es la posibilidad de apreciar la caligrafía del remitente, que le daba un valor agregado a las palabras que se usaban y que, por ser redactadas a mano, demandaban de quien las escribiera un tino especial para saber escogerlas y así transmitir las ideas o sentimientos deseados, pues no existía la posibilidad de borrarlas sin estropear la hoja…a menos que se decidiese por arrugarla y empezar de nuevo; e incluso, la caligrafía nos permitía saber si la persona que escribió estuvo apurada o se tomó el tiempo que consideró necesario.

Sin embargo, por encima de todo lo que he mencionado, creo que lo que realmente hace particular a estas cartas es el ver cómo las hojas, con el paso de los años, se van tornando amarillas: una huella de lo imperecedero que son las palabras escritas, sean de amor o de amistad.

Y si de amor se trata, he aquí un estracto de una carta escrita por Napoleón Bonaparte a Josefina el 28 de noviembre de 1796 desde Milán, Italia: "Sé feliz, no me eches nada en cara, no te intereses por la felicidad de un hombre que no vive sino de tu vida, no goza sino de tus placeres y de tu felicidad. (...).Vuelvo a abrir mi carta para darte un beso ...”

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